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Recorrido por Venecia (Primera parte)

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Hace siglos, cuando los mercaderes vénetos dominaban el comercio en el Mediterráneo, con sólo decir «la Serenísima«, todo el mundo sabía que se estaba hablando de la República de Venecia, aunque la serenidad fuera la virtud que peor definía una ciudad sumida en un constante tráfago. Y es que, a pesar de la melancolía que ciñe la ciudad como la niebla matinal, Venecia dominaba como nadie el difícil arte de sobrevivir, recuperarse, eliminar cuanto fuera innecesario y transformar su fisonomía si debía hacerse.

Para comprobarlo no hay más que dar un repaso por su historia y ver que, cuando fue fundada hacia los siglos VI y VII de nuestra era, no era sino una población de campesinos que habían huido de los longobardos; poca tierra había para cultivar en una ciudad construida sobre una laguna, más bien una albufera, y sobre 118 pequeñas islas. Los que nacieron después de aquella fundación poco menos que forzada, comprendieron que no podían ganarse la vida como sus antepasados y cambiaron de oficio, e hicieron un buen cambio, centrándose en el comercio y negociando con una esquina y otra del Mediterráneo hasta tal punto que el Mare Nostrum se les quedó pequeño y se aventuraron a viajar a tierras muy lejanas, de las que nadie guardaba recuerdo o que eran desconocidas para todo el mundo.

Esa audacia o más bien oportunismo, en el mejor sentido de la palabra, permitió que la ciudad se hiciera cada vez más rica y no se dejara llevar por falsos pudores ornándose como pocas ciudades se habían permitido en todo el mundo. Verdadero «lince» de los negocios, con la audacia precisa para superar cualquier escollo, se arriesgó en la apuesta de la Cuarta Cruzada equipando con barcos y vituallas a los Guerreros de la Cruz; se arriesgó, pero también ganó mucho, porque gracias a esta maniobra, Venecia se hizo la reina del comercio en el Mediterráneo oriental. Con los negocios viento en popa comenzó a embellecerse y, aunque ahora sea un pálido reflejo de lo que fue en su época de esplendor, muchos de sus tesoros han llegado hasta nosotros.

Los canales de Venecia

Recorramos ahora Venecia, porque lo que se dice «pasear» no es un término exacto. No hay calles, solamente pequeñas callejuelas , las «calli«, que comunican los núcleos de casas o que confluyen en plazoletas, llamadas «campi o campielli«, según su tamaño; el resto son canales, los célebres canales de Venecia.

La principal de estas vías acuáticas es el Gran Canal, alrededor del cual se concentra buena parte de los edificios monumentales de la ciudad, como la Ca’ Rezzonico o Ca’ Pesaro, ambas de estilo barroco o Ca’ d’Oro, del siglo XV, además de la iglesia de Santa María de la Salud y un total de 200 palacios, ejemplo de las corrientes artísticas predominantes en Venecia entre los siglos XII y XVIII.

Esta no es la única zona que congrega un número mayor de edificios artísticos; el otro núcleo importante son los aledaños de la Plaza de San Marcos, «el salón más elegante de Europa«, tal y como la definía Napoleón, alrededor de la cual se alzan el Palacio Ducal, la Torre del Reloj o la Librería Sansoviniana, pero el edificio más emblemático es la Basílica de San Marcos, que da nombre a la plaza.

La Basílica y Plaza de San Marcos

La Basílica de San Marcos merece por sí sola un capítulo aparte. Comenzó su construcción en el siglo XI, no concluyendo las obras hasta el siglo XIV, lo que motivó que fueran diversos los estilos arquitectónicos presentes en ella, románico, gótico y bizantino, si bien el estilo predominante es el románico – bizantino, con diversas modificaciones en su fachada; tiene planta de cruz griega y cuenta con cinco hermosas cúpulas.

En su interior se conserva el llamado «Tesoro de San Marcos«, formado por diversos cálices, patenas, objetos de culto, ornamentos religiosos, copas, etc. Aún se conservan los tres espléndidos caballos de bronce helénicos que, hasta no hace mucho, se situaban sobre el pórtico de la basílica. La mezcolanza de estilos artísticos apuntada anteriormente, también está presente en la decoración interior del templo formando una combinación sorprendentemente armónica entre los mosaicos bizantinos, las pinturas medievales y la ornamentación renacentista de algunos espacios de la basílica, una armonía que bien podría ser representada por la música del gran Claudio Monteverdi, organista en San Marcos durante una buena parte de su vida.

Ya en el exterior y separado del conjunto del templo, se halla el campanario, del siglo X y la famosa Torre del Reloj, construida cinco siglos después, con sus dos leones alados, símbolo tanto del evangelista San Marcos como de la ciudad de Venecia y los dos Mori de bronce, que marcan las horas.

En la misma plaza de San Marcos se alza el Palacio Ducal, sede de los Señores de Venecia, los Dux o Dogi. Las funciones que desempeñaba el palacio eran, fundamentalmente, dos: ser la sede de la corte de la República y residencia de los Dux. Es uno de los más importantes monumentos del gótico civil de toda la ciudad y se caracteriza por el mármol multicolor de su fachada y sus célebres dobles arcos. En el interior, hay que destacar la belleza de sus salones, escalinatas y cámaras magníficamente decoradas.

Si te quedaste con las ganas no te preocupes, la continuación de este artículo la encuentras en la segunda parte del Recorrido por Venecia.

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